8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

8 marzo, 2014 Peluquería en Gijón

Por mi profesión tengo la gran suerte de conocer a todo tipo de mujeres con perfiles, ideologías y religiones distintas pero que coinciden en lo difícil que ha sido, y aun es, ser una mujer trabajadora con responsabilidades familiares en nuestra sociedad. Se sientan en el sillón y, mientras las voy peinando, hablan de sus vidas, me comentan sus experiencias y llegan a narrarme hechos históricos, dignos de un guión cinematográfico, que me dejan con la boca abierta. Sin duda, las realidad supera la ficción.

Desde pequeñas, en el seno familiar, empezamos a comprender el papel de la mujer en la sociedad. La primera en darme un consejo fue mi abuela. “Nunca, nunca, nunca dependas de nadie” me dijo. Sus palabras me quedaban grandes con tan solo siete años pero comprendí perfectamente su afán de protegerme cuando me fui haciendo una mujer. Mi madre también me dio sus consejos. “La cabeza no está sólo para tener un pelo precioso. Ahí dentro tienes un cerebro, úsalo. Eres demasiado joven para empezar a equivocarte.” Al principio me sentó fatal su comentario pero, de nuevo, el tiempo me ayudó a entender y agradecer su ayuda.

Siempre tuve afán de aprender. Lo admito, era una niña muy preguntona. Y así, preguntando por peines, estilos y productos las mujeres de mi entorno me fueron enseñando a ser profesional pero también mucho sobre la vida. Tres mujeres de mi profesión me han influenciado especialmente: Florina, Maria Luisa y Feli.

Florina, una peluquera ya fallecida, tenía 83 años cuando la conocí siendo yo una niña. Con sus expertas manos llenas de artrosis me enseñaba a trabajar los peinados de los años 20 y 30 con una delicadeza increíble. Nunca dejó de enseñar y de aprender. A sus noventa y tantos años seguía yendo a las exposiciones de peluquería, donde se sentaba siempre en primera fila. “Tienes que aprenderlo todo” me decía. “En esta profesión todo es cíclico. Hay que empezar desde cero, saber lo nuevo y lo viejo. Un día lo agradecerás.” Y te lo agradezco cada día, Florina. Ella fue el sustento de su familia y durante la guerra civil intercambiaba un corte de pelo por un litro de leche. Trabajadora incansable, siguió unida a su lavabo y a su sillón por el cual pasaron sus amigas, vecinas y familiares hasta el último momento.

Los estilos de los años 40, 50 y 60 los aprendí de la Directora del Centro Malusán, Maria Luisa, una mujer enérgica e incluso distante que me enseñó con puño de hierro que “sin trabajo duro, no hay recompensa”. En una ocasión una cliente me increpó insatisfecha con mi trabajo. Yo, que estaba empezando, me fui a llorar al servicio pero la mano de hierro de Maria Luisa aporreó la puerta y me sacó de allí obligándome a afrontar la situación con profesionalidad. “Enfréntate. Ya eres una mujer. Trágate esas lágrimas y di lo que tengas que decir. Dile a tu cliente que repetirás el trabajo hasta que quede a su gusto pero que te debe tratar con respeto.” Huérfana desde muy niña, poderosa y soltera fue una mujer de negocios de belleza y estilo sin igual. Sin embargo, la discriminación a la que estuvo sometida la mujer durante años en España la obligó a llevar toda la vida una autorización de su hermano para cualquier gestión o compra que tuviera que afrontar. Era una mujer adelantada a su tiempo que tuvo pareja pero decidió no convivir con él porque estaban mejor “cada uno en su casa”. Su figura era impactante por su delgadez, su elegancia, su peinado perfecto, tacones, joyas y pieles maravillosas… y sobre todo ello una coraza para sobrevivir en aquella época. Aun conservo el cepillo de recogidos que me regaló. Un pedacito de su vida y de nuestra historia.

La peluquera de mi madre, Feli, empezó a trabajar subida a una banqueta porque era tan pequeña que ni llegaba al lavabo. Desgraciadamente se vio obligada a emigrar a Alemania donde vivió unos años muy duros que forjaron su personalidad. Valiente lidió con un negocio y tres hijos, una de las cuales era discapacitada, pero jamás perdió su sonrisa. Las casualidades de la vida hicieron que años después de perder el contacto entrase en mi peluquería. La reconocí al instante con su melena rubia, su inseparable paquete de Winston americano, las uñas rojas perfectas y aquella sonrisa de carmín intenso. Logré convencerla para que viniese a trabajar conmigo hasta que se jubiló, dándome el lujo de poder aprender los estilos de los 60, 70 y 80 de ella. Trabajó conmigo solo unos pocos años en los cuales me dio un millón de consejos y me inculcó que la peluquería es un arte pero también un negocio. Me enseñó a gestionar mi negocio con seriedad y profesionalidad, sin dejar que me manipulasen, teniendo siempre el control de la situación

Todas y cada una de las mujeres que han pasado por mi vida y sus consejos, que siempre tengo presentes, han forjando la mujer que soy hoy. Mis familiares, profesoras, compañeras, amigas, empleadas y clientas me han hecho una mejor mujer y una mejor profesional. Guardo como tesoros sus palabras y me pregunto qué aprenderé de las mujeres que se sienten en mi sillón en los próximos años. A las mujeres de mi vida pasada, presente y futura: Gracias.

Artículo escrito por  Sara Ruesga para la sección La mirada de Sara Ruesga en

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